María Teresa Jardí
Bush ha muerto y es de esperar que con él toda su dinastía asesina haya muerto también.
Aunque sea asesinados a zapatazos por una humanidad que no ha acabado de entender que por ser mayoría, unida puede enfrentar a todas las mafias sionistas que al alimón son fascistas.
Bush será recordado como el asesino al que la humanidad no debió permitirle ser.
El rey ha muerto y el pueblo festeja la llegada del nuevo Rey.
Asume hoy Obama como el nuevo monarca imperialista. Asume generando grandes ilusiones que, dados los escenarios visibles, amenazan con trocarse pronto en desesperanza.
Aunque siempre es mejor que llegue quien despierta la esperanza de un cambio que parece contentar a los gobernados ávidos de lo que sea para asirse a la esperanza que es el pan que, a los nadie, consuela y no un usurpador repudiado a las afueras de un búnker militarizado donde la clase política desarrolla el show que conviene al raiting de la telebasura siempre bien pagada por prestarse a ser uno de los esenciales pilares deseducativos del sistema.
A golpe de música celebra, el mundo entero, la muerte de Bush, el peor, con mucho, gobernante que haya existido en el mundo. Comparable sólo a Vlad Dracul. Ni siquiera los Borgia fueron peores que él y vaya que César, el Papa, era de temer. Hasta las atrocidades de Hitler palidecen al lado de las de su par criminal George W. Bush.
Se va, el también terrorista y promotor de todo el terrorismo que afecta al mundo, despedido a zapatazos, pero no sin antes haber avalado otro genocidio sionista contra el pueblo palestino.
Se va el maldito Bush, maldecido por millones, dejando a los estadounidenses el estigma de ser el pueblo más odiado del planeta.
No la tiene fácil Obama. En su haber el ser negro y por ello una esperanza. Pero… el color de la piel tampoco garantiza nada. Y si bien los asesinos sionistas le dan un respiro al masacrado pueblo palestino, llega sin haber condenado el genocidio de la oligarquía judía. Puede ser que no lo haya hecho ¿por…? ¿Por qué? ¿Por lealtad? ¿Al asesino que hoy se va a zapatazos al lugar que le corresponde en la historia de la ignominia de la humanidad? O, igual de grave, ¿Por lealtad al sistema capitalista responsable del horror que condena a millones y millones de personas a lo largo y ancho del planeta a condiciones miserables de sobrevivencia?
El tiempo lo dirá. No la tiene fácil Barack Hussein Obama. Pero igual es una esperanza frente a la desesperanza que generó el asesino imperdonable que hoy acaba. El Rey ha muerto, ¡Viva el Rey!
Aunque sea asesinados a zapatazos por una humanidad que no ha acabado de entender que por ser mayoría, unida puede enfrentar a todas las mafias sionistas que al alimón son fascistas.
Bush será recordado como el asesino al que la humanidad no debió permitirle ser.
El rey ha muerto y el pueblo festeja la llegada del nuevo Rey.
Asume hoy Obama como el nuevo monarca imperialista. Asume generando grandes ilusiones que, dados los escenarios visibles, amenazan con trocarse pronto en desesperanza.
Aunque siempre es mejor que llegue quien despierta la esperanza de un cambio que parece contentar a los gobernados ávidos de lo que sea para asirse a la esperanza que es el pan que, a los nadie, consuela y no un usurpador repudiado a las afueras de un búnker militarizado donde la clase política desarrolla el show que conviene al raiting de la telebasura siempre bien pagada por prestarse a ser uno de los esenciales pilares deseducativos del sistema.
A golpe de música celebra, el mundo entero, la muerte de Bush, el peor, con mucho, gobernante que haya existido en el mundo. Comparable sólo a Vlad Dracul. Ni siquiera los Borgia fueron peores que él y vaya que César, el Papa, era de temer. Hasta las atrocidades de Hitler palidecen al lado de las de su par criminal George W. Bush.
Se va, el también terrorista y promotor de todo el terrorismo que afecta al mundo, despedido a zapatazos, pero no sin antes haber avalado otro genocidio sionista contra el pueblo palestino.
Se va el maldito Bush, maldecido por millones, dejando a los estadounidenses el estigma de ser el pueblo más odiado del planeta.
No la tiene fácil Obama. En su haber el ser negro y por ello una esperanza. Pero… el color de la piel tampoco garantiza nada. Y si bien los asesinos sionistas le dan un respiro al masacrado pueblo palestino, llega sin haber condenado el genocidio de la oligarquía judía. Puede ser que no lo haya hecho ¿por…? ¿Por qué? ¿Por lealtad? ¿Al asesino que hoy se va a zapatazos al lugar que le corresponde en la historia de la ignominia de la humanidad? O, igual de grave, ¿Por lealtad al sistema capitalista responsable del horror que condena a millones y millones de personas a lo largo y ancho del planeta a condiciones miserables de sobrevivencia?
El tiempo lo dirá. No la tiene fácil Barack Hussein Obama. Pero igual es una esperanza frente a la desesperanza que generó el asesino imperdonable que hoy acaba. El Rey ha muerto, ¡Viva el Rey!
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