Tres hechos definen la nueva realidad política de nuestro país. Uno: tras la muerte de Juan Camilo Mouriño, Carlos Salinas de Gortari se apoderó de la Secretaría de Gobernación, es decir, de la pieza que le faltaba para controlar al gobierno calderónico. Dos: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), en manos de Manlio Fabio Beltrones, entregó arbitrariamente la presidencia del PRD a Jesús Ortega y a la corriente de Carlos Navarrete y Graco Ramírez, los privatizadores de Petróleos Mexicanos, quienes –tres–, en los hechos, sellaron así su alianza con la coalición PRI-PAN-Verde Ecologista-Panal al servicio de los más ricos entre los ricos de México.
Este reacomodo produjo de inmediato varias respuestas. Los dirigentes del Partido del Trabajo y Convergencia anunciaron que integrarán una nueva coalición para las elecciones de 2009 sin el PRD. La medida cuenta con la plena simpatía de Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas, Porfirio Muñoz Ledo y Alejandra Barrales, pero no con la de Marcelo Ebrard, lo que debe examinarse con mucho cuidado.
Ahora que Carlos Navarrete se dispone a asumir un asiento en el consejo de administración de Pemex –para que siga legitimando allí, “a nombre de la izquierda”, las exigencias de las trasnacionales, como lo hizo junto a Graco en el Senado–, podría darse una ruptura en la casona de Xicoténcatl, donde Ricardo Monreal, Rosalinda López Hernández y Yeidckol Polevnsky saldrían de la bancada perredista para formar un bloque con el PT y Convergencia, mientras en la Cámara de Diputados algo así no parecería factible debido a los vínculos de Javier González Garza con Cárdenas y Nueva Izquierda. ¿Qué es lo que sigue?, preguntó esta columna a sus lectores el sábado pasado y vuelve a poner la inquietud en el centro del debate. ¿Vamos o no vamos a las elecciones de 2009?
En la nueva realidad política del país –donde el narcotráfico no ha reivindicado la caída del Learjet 45, pero la desaparición de Mouriño ha reducido las otrora poderosas influencias de la gasera española Repsol que, ya sin su alfil de lujo, quedará en desventaja ante las petroleras inglesas y estadunidenses–, Felipe Calderón tiene bajo su mando directo la Secretaría de Relaciones Exteriores, los programas de caridad pública con fines clientelistas al servicio del PAN y pocas, muy pocas cosas más. Sin Mouriño en Bucareli es más decorativo que antes. Lo que es mucho decir.
Carlos Salinas de Gortari, en cambio, ahora tiene Gobernación a través de Fernando Gómez Mont, defensor de ladrones de cuello blanco y socio de Diego Fernández de Cevallos; también controla Hacienda, mediante Agustín Carstens, y las respetables “instituciones” electorales a través de don Beltrone y Emilio Gamboa, quienes, a su vez, cogobiernan con el PAN las cámaras de Senadores y Diputados. A diferencia de Santa Anna, que en situaciones similares debía abandonar su hacienda veracruzana de Manga de Clavo, Salinas retomará las riendas de una Presidencia tan espuria como la que detentó él mismo en 1988, pero la manejará desde Agualeguas o viajando por el mundo, para alivio de Calderón y espanto del pueblo.
¿Qué debe hacer ante esto el Movimiento Nacional por la Transformación de México (que hasta la semana pasada se llamaba en Defensa del Petróleo y de la Economía Popular)? No puede renunciar al patrimonio material del PRD –como quien dice, regalar la infraestructura, los edificios, los talleres, los archivos a Ortega, Zavaleta, Navarrete, Graco y demás chuchos–, pero tampoco puede ir a las próximas elecciones con ellos, votando por sus colores ni apoyando a sus candidatos.
Renunciar a la lucha electoral en estos momentos significa dar vía libre a Salinas y al PRI para que en 2009 obtengan mayoría absoluta en las cámaras y “compongan” la reforma energética, abriendo Pemex por completo a las trasnacionales y privatizando de paso Luz y Fuerza del Centro y la Comisión Federal de Electricidad. Pero, ¿qué opinan las lectoras y los lectores de Desfiladero al respecto?
¿Con los casi 3 millones de afiliados al gobierno legítimo, con las brigadas del Movimiento por la Transformación de México, con las bases y simpatizantes del PRD que no reconocen a Jesús Ortega y con los cuadros y el voto duro del PT y Convergencia se puede competir exitosamente en las elecciones de 2009, y contrarrestar las modalidades de fraude que ya preparan Salinas, Calderón, el PRIANAL-Verde y el IFE?
Esta es, en realidad, la gran pregunta. ¿Serviría para algo una coalición como la que en el párrafo anterior se describió tan groseramente? Quién sabe. Si esos tres partidos no comienzan a tejer desde ahora una amplia alianza con las organizaciones y los movimientos sociales de masas, se repetirán los fracasos de los trienios anteriores cuando, básicamente debido a la avaricia de los perredistas, sólo un porcentaje mínimo de candidaturas se entregaba a los actores externos, por más fuerza y arrastre que éstos tuvieran.
¿Es posible quitar millones de votos en todo el país al PRD de Ortega, Zavaleta, Navarrete y Graco? Desfiladero apuesta a que sí, siempre y cuando se logre una alianza tipo frente popular con el mayor número de fuerzas de izquierda, desde la APPO y Atenco hasta los numerosos movimientos campesinos en defensa del maíz, los proyectos alternativos económicos, los promotores de los derechos humanos, las radios comunitarias, etcétera.
Pero aun si lo anterior fuera posible, surgirían contradicciones entre el movimiento de López Obrador en la ciudad de México y el gobierno de Marcelo Ebrard, ya que si éste rompe también con los chuchos podría perder la delegación de Iztapalapa, que éstos controlan, además de aquellas como Tlalpan y Cuauhtémoc, donde la corrupción perredista ha alcanzado altos niveles de asco. Así pues, ¿qué debemos hacer? ¿Qué sigue?