Ángel Guerra Cabrera
La elección de Mauricio Funes a la presidencia de El Salvador es una resonante victoria del gran movimiento social nucleado en torno al postergado anhelo mayoritario de justicia social y libertad. Su gran mérito consistió en doblar el brazo al búnker derechista-oligárquico que detenta el poder en El Salvador desde el siglo XIX y ha constituido uno de los regímenes más reaccionarios, corruptos y represivos de América Latina. El mismo que ahogó en sangre el levantamiento campesino de 1932 y ha incumplido lo sustantivo, social y político de los acuerdos de paz. Cabe recordar que los rubricó al no poder derrotar la rebelión armada de los 80 no obstante la masiva ayuda militar que recibió de Estados Unidos. Integrado por los ocho grupos empresariales que controlan el poder real, intentó cerrarle el paso al candidato popular echando mano a cuantiosos recursos financieros, públicos y privados, y a la coerción económica y política apoyada en una feroz campaña de terrorismo mediático. Pero como afirmó Funes al proclamar su victoria, esta vez
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la esperanza venció al miedo.
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