jueves, 11 de diciembre de 2008

Astillero /Julio Hernàndez Lòpez

El mismo martes en que frente a Televisa Chapultepec se exigía un tratamiento responsable, plural y equilibrado de la realidad nacional, en el Senado se producía una nueva muestra de sometimiento del poder político formal a la fuerza superior de los consorcios televisivos. Mientras Andrés Manuel López Obrador mencionaba que a unos pasos del Metro Balderas estaba una de las sedes del auténtico “poder de poderes”, el PAN y el PRI entonaban a unos pasos de lo que fue el teatro Fru Fru el corrido procesal legislativo de las electrónicas jefas de jefes.

A la exigencia masiva de apertura de la programación televisiva a información, voces y opiniones distintas a las que hoy constituyen un virtual monopolio de la “verdad”, la empresa cuyo principal accionista es Emilio Azcárraga Jean respondía mediante una risible carta de enunciación de buenos propósitos de cobertura periodística. En la cámara con sede en la calle Xicoténcatl, en cambio, la presión de los cabilderos de Televisa y de Televisión Azteca (ésta, representada activamente por el legislador priísta Jorge Mendoza, quien fue vicepresidente del negocio dirigido por Ricardo Salinas Pliego) logró que ciertos senadores clave escenificaran el milagro decembrino de hacerse patos para, mediante trucos de omisión y dilación, dejar de acompasar textos legales que los barones de la televisión no desean que tengan aplicación real y así, a través de esas indefiniciones practicadas por miembros priístas y panistas de comisiones dictaminadoras, dejar en el limbo (papalmente declarado inexistente) los intentos hechos de 2006 a la fecha en busca de establecer formas legales de corrección y control del poder de las televisoras.

La segunda visita a las puertas de Televisa de miembros del movimiento social de resistencia a los abusos del poder tuvo, como era explicable, abierto desdén o poca resonancia en la mayoría de los medios de comunicación, tanto impresos como electrónicos. La pretensión de disminuir la importancia de las exigencias hechas en la avenida Chapultepec proviene de que en muchas de esas silentes o menospreciativas instancias mediáticas se practican suertes informativas y analíticas similares a las de la llamada pantalla chica: diarios, revistas y estaciones radiodifusoras bajo el dictado oficialista de idénticos criterios de exclusión y manipulación.

Pero, se esté o no de acuerdo con la visión que del problema tienen López Obrador y la organización social por él dirigida, salta a la vista (literalmente) el vacío intencional (o la cobertura tramposa, y no se diga los espacios endogámicos de “análisis” bajo pedido de la casa) que en las televisoras se ha hecho respecto a la postura y las acciones correspondientes a un movimiento, y su líder, que ha logrado éxitos provisionales notables, como haber atemperado y demorado los apetitos privatizadores plenos del petróleo (éxitos temporales, que serán revertidos por la misma vía de los hechos posdatados, como ha sucedido con el “triunfo” contra la ley Televisa que ahora es sepultado mediante maniobras politiqueras y tretas legislativas), pero que además estuvieron oficialmente (en un conteo larga e intensamente impugnado) a poco más de dos centenares de miles de votos de ocupar la Presidencia de la República. Aun cuando Televisa (y Televisión Azteca, que practica peores formas de periodismo) considere válidos los resultados de los comicios de 2006, y guíe su política editorial en razón de esos números polémicos, resulta absolutamente desproporcionado e inequitativo cerrar las puertas informativas y desplegar una campaña de manipulación, ridiculización y satanización contra quien consiguió electoralmente cuando menos la mitad de los votos nacionales y continúa política y socialmente vivo y activo. Claro está que el sistema político es diferente, y la participación en la Cámara de Diputados y en la presidencia de un partido (el popular) le da una tribuna que no puede ser borrada por caprichos mediáticos, pero lo que se hace en México con quien ha representado cuando menos la mitad de los votos emitidos en la más reciente elección (y tiene influencia decisiva en franjas de diputados y senadores, y coordina un frente partidista) equivaldría a que en España se cerrara el acceso informativo y se criticara con acritud selectiva a Mariano Rajoy luego de que perdió las elecciones frente a José Luis Rodríguez Zapatero.

Frente a esos poderes televisivos desbordados se ha comenzado a protestar masivamente, a sabiendas de las represalias que, para empezar, eliminan de las pantallas la presencia de sus críticos y opositores, como sucedió con el foxísticamente revitalizado Creel y el oportunamente vuelto a encarrilar Beltrones, por dar unos ejemplos. Además, crece la conciencia de que una de las maneras de hacer sentir rechazo efectivo es la organización de un boicot social contra las televisoras mentirosas y manipuladoras y contra sus principales anunciantes.

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