Como la que ejercen los nuevos jefes del que fuera el frente más representativo de la izquierda mexicana
Así la quisieran algunos: sumisa y de preferencia de rodillas; flexible y también reversible; amigable e intercambiable; calladita, para que se vea mas bonita. En pocas palabras, una izquierda de derecha.
Algo así como la que ejercen los nuevos jefes formales de lo que alguna vez fue el frente político más representativo de la izquierda mexicana, el Partido de la Revolución Democrática. Ahora desprovisto de sustancia. Un cascarón sin contenido. Con una militancia disminuida, dividida y extraviada. Con una dirigencia diluida, reducida y avinagrada.
Ese es el saldo de un vergonzante proceso electoral interno, que los detractores habituales derechistas se apresuraron a bautizar como “el cochinero”. Un duelo de trampas, transas, trácalas y mutuas acusaciones de fraude. En el que ni Alejandro Encinas ni Jesús Ortega tuvieron nunca la grandeza de renunciar a sus candidaturas, exigir un nuevo juego con nuevos jugadores y salvar al partido. Por el contrario, con uñas y dientes pelearon hasta el final por los despojos. El membrete, los dineros y la plataforma para el 2009 y el 2012, antes que la ideología y los principios.
Una vieja confrontación entre tribus, agravada por lo que pudo haber sido y no fue en 2006. Una corriente, la de Ortega, que tuvo a su cargo —por lo menos de manera formal— la coordinación de la campaña de su candidato a la Presidencia. Que no reconoció el resultado. Que calificó de ilegítimo al nuevo gobierno con el que ahora se dice dispuesta a dialogar. Y que reniega de Andrés Manuel López Obrador, el hombre que les dio millones de votos que los llevaron a donde están, sobre todo en las cámaras de Senadores y Diputados. La desvergüenza total.
Para aumentar la confusión, Los Chuchos toman oficialmente posesión de la presidencia del PRD, arropados por los panistas, los priístas, y beneficiados por un Tribunal Electoral que es tan sólo un instrumento más del gobierno en turno. Como lo ha sido siempre. Simultáneamente, Encinas y los lopezobradoristas anuncian la creación de un movimiento opositor. Dos hechos que generan más preguntas que respuestas: ¿se trata de un partido paralelo? ¿De un sabotaje sistemático a todo lo que provenga de la dirigencia formal? ¿Serán capaces de ponerse de acuerdo en las listas de candidatos para 2009? ¿Se desbarata en definitiva la posibilidad de alianzas en el FAP con el PT y Convergencia? ¿Cuántos escaños perderán en la próxima legislatura? ¿Está el PRD condenado a la extinción? En suma, la izquierda no se merece ese partido. Porque se ha convertido en una agencia de colocaciones y no supo consolidarse como una fuente de propuestas para enfrentar los graves problemas que asedian al país. Y que no ha entendido que la izquierda no es un mezquino partido político, sino una forma de mirar al mundo.
Cierto, se requiere hoy de una izquierda moderna. Pero la modernidad no debe entenderse como sumisión y mucho menos complicidad con un sistema político y económico que ha llevado al mundo al desastre y que en México genera cada año todavía más millones de pobres. Por el contrario, la izquierda podría ser la impulsora de los más novedosos modelos económicos, de una auténtica revolución educativa y de una profunda transformación de la moral pública para propender a un México justo, equitativo, progresista y seguro.
Pero la izquierda no puede olvidar su esencia popular y perder la calle. En su combatividad como factor de contrapeso a los abusos de los poderosos está su razón de ser. Moderna sí, moderada de vez en cuando, modosita nunca.
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