Alejandro Encinas no se atrevió a dar ayer el paso hacia delante que permitiría dejar atrás la historia del perredismo de siempre. Prefirió quedarse en los arreglos de conveniencia, en el tianguis de los intereses grupales, en las maniobras que en el discurso plantean “rechazos” y en los hechos significan convalidación de lo presuntamente repudiado. El político que pudo haber nucleado la creciente animadversión a las prácticas de oportunismo y mercantilismo de las cúpulas del sol azteca y encabezado un auténtico movimiento de renovación (no el ente negociado que se anunció también ayer) optó por hacer un discurso sobre la podredumbre extrema a que se ha llegado en un partido a cuya elite prostituida y manipulada aceptó convalidar mediante un sesgo convenido que a cambio de aceptar en la práctica a Jesús Ortega como presidente le permitirá conservar la secretaría general del comité nacional perredista mediante interpósita persona (Hortensia Aragón) y promover una opción desdibujada, sabidamente infructuosa e indefendible, de presunta renovación “desde dentro”.
Encinas entrampado en las necesidades logísticas y electorales, en los presuntos diseños posdatados de ruptura, en las tácticas que sacrifican principios en aras de lo que “la realidad impone”. Él, y sus compañeros de elite negociadora, obsesionados con la defensa de los envenenados triunfos electorales del partido-franquicia, necesitados de los recursos y prerrogativas purificados por el interés de la causa, haigan llegado como haigan llegado, convencidos de que se tiene un compromiso indeclinable con los magnos estadistas que a las gubernaturas estatales han llevado (Sabines, el contrainsurgente; Zeferino, el panista nada encubierto; Godoy, el caporal de La Familia; Agúndez, el depredador de Baja California Sur, por dar algunos ejemplos) y que, por tanto, en medio del pantano y su hedor, hay que aguantar lo que sea, en aras de lo que supuestamente llegará pero quién sabe. ¡Ni modo de dejarles a los Chuchos toda la carga de la pudrición!
El arreglo político al que se dio curso ayer desdeña y daña las expectativas de un movimiento social que luego de resistir el fraude electoral y enfrentar las pretensiones de privatización del petróleo ha insistido a grito abierto en la necesidad de deslindarse de los Chuchos colaboracionistas y de crear una nueva figura de participación política y electoral que, a sabiendas de los impedimentos legales para la fundación de nuevos partidos antes de 2013, permita con imaginación y frescura dar cauce a esa fuerza social. Según algunos estrategas de oportunidad, el aceptar hoy a Jesús Ortega permitirá ganar tiempo y recursos para hacer labor de zapa que en los primeros meses del entrante año electoral detonará con una ruptura en términos definidos por el encinismo renovador que entonces acabará desembocando, con una nómina agrandada de perredistas decepcionados, en el frente electoral que bajo el registro de los partidos del Trabajo y Convergencia será la verdadera opción de esa corriente social de izquierda coordinada por López Obrador. Aun cuando esa fuera la intención semioculta, Encinas ha perdido la oportunidad de colocarse de manera natural y clara al frente de un proceso de confrontación directa con esa realidad perredista maloliente y socialmente dañina. A fin de cuentas, Encinas está convalidando a Ortega como presidente del PRD y aceptando los términos de un juego tramposo en el que los propios líderes Chuchos felicitan a su presunto adversario por comportarse de la misma manera civilizada, moderna y conciliadora que a ellos les ha funcionado tan bien. Rechazar un cargo para que un intermediario lo asuma no es deslindar ni combatir sino, en la práctica, apoyar; es decir, un artificio retórico provisional que trata de encubrir cesiones y debilidades.
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