lunes, 1 de diciembre de 2008

Astillero /Julio Hernández

Jesús Ortega asumió la presidencia nacional del PRD evocando a su aliado Calderón: si dos años atrás el panista michoacano quiso asumir como hecho irreversible el pasado de adulteraciones electorales mediante el pragmático giro verbal campirano del “haiga sido como haiga sido”, el perredista hidrocálido pretendió enfrentar ayer el historial de fraude interno tirando hacia delante, a través de la propuesta de una “comisión de la verdad” que en un futuro indefinido podría proponer castigo a quienes hubieran hecho trampas en la elección de meses atrás, “haiga” sido quien “haiga” sido (“sea quien sea”, fue el tiempo verbal escogido por el nuevo prócer de la izquierda modosa y bien peinada).

Vaya a ser como vaya a ser, López Obrador y Encinas transitan entre velos el tramo envenenado que va de la convalidación práctica del chuchismo a la ruptura programada para antes de que candidatos a las diputaciones federales haya. El ex candidato presidencial en campaña dijo en San Luis Potosí a asistentes a uno de sus mítines que no quería precisar si seguirá en el PRD, pues había periodistas con “la grabadora puesta”, pero sí les podía adelantar que se esperará a “cuando sean las elecciones, y ya entonces se decida lo que se va a hacer”. Alejandro Encinas, el alfil del lopezobradorismo sacrificado no saliendo del tablero perredista, sino manteniéndose en él, hace malabares, mientras tanto, para aparentar que sigue en el sol azteca, aferrado a una improbable lucha reformista desde dentro, cuando en realidad sólo está administrando la crisis y preparando retiros organizados. Sea como sea el plan que han urdido los Izquierdistas Unidos (IU), Ortega ha sido convalidado en la práctica, al permitirle la realización de los actos formales de asunción (con una apenas significativa muestra de rechazo mediante ausencias ceremoniales que no son oposición activa sino mínima coartada) y al brindar a la sociedad el espectáculo carroñero del reparto de carteras y posiciones por encima del cochinero electoral cometido por las dos partes principales, aunque una lo haya hecho más que la otra.

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